(Entrevista con la
revista Filosofía, Política y Economía en
el Laberinto, nº 48, 2017, pp. 63-66)
Antes de entrar a hablar de La cara
oscura del capital erótico, nos gustaría tratar brevemente la relación de
Foucault y el neoliberalismo en cierta fase del desarrollo de su pensamiento,
que fue objeto de su tesis doctoral, en especial en la relación entre la pareja
riesgo/seguridad. ¿Nos podría comentar el funcionamiento ideológico actual de
esta pareja?
No, mi tesis doctoral fue sobre el
joven Foucault, el Foucault psicólogo y marxista, antes de convertirse en
filósofo (véase Convirtiéndose en
Foucault, Barcelona, Montesinos, 2006 publicado en francés como En devenant Foucault). Los cursos sobre
el neoliberalismo aún no estaban accesibles, se publicarían más tarde. Los leí
en cuanto salieron y me dejaron estupefacto y sobre ellos hablé en Foucault y la política (Madrid, Tierra
denadie, 2011) publicado antes en francés como Foucault, la gauche et la polítique (París, Textuel, 2011). También
dediqué un artículo al asunto: «Gubernamentalidad, biopolítica, neoliberalismo:
Foucault en situación» publicado en Sonia
Arribas, Germán Cano, Javier Ugarte (coords.), Hacer
vivir, dejar morir. Biopolítica y capitalismo,
Madrid, CSIC-La Catarata, 2010.
Como sabéis mis tesis sonaron sacrílegas a
muchos foucaultianos y me valieron reacciones no solo agresivas, sino incluso
insultos. Mucho mejor fue la recepción en España del libro de Daniel Zamora
(ed.), Critiquer Foucault. Michel Foucault, les années 1980 et le
néolibéralisme (Aden 2014) que se apoya explícitamente en mucho de cuanto
digo. Se produce incluso la situación paradójica de referirse al libro Zamora
para contrarrestarme como referencia, pero nada de esto tiene interés, si no es
para pensar sobre dos cuestiones: la conversión de la teoría en una variante de
la lectura de libros sagrados (algo en lo que los marxistas descollaban, pero
ya los foucaultianos les cogen la delantera) y de lo difícil que es trabajar en
un campo nacional, como el nuestro, construido sobre la importación de
novedades.
¿Qué decía yo? Básicamente que Foucault no
realizaba las preguntas que podían incomodar al discurso neoliberal: ¿cuáles
son las condiciones sociales de posibilidad del individuo empresario de sí
mismo? ¿Qué presupuestos antropológicos contiene la idea de abandonar cualquier
norma estable –de salud, de crimen, de moral…- y de disolverla en un balance de
costes y beneficios. ¿Decía yo que Foucault era neoliberal? No, porque no sabía
en qué se iba a convertir todo aquéllo pero me parece, en cualquier caso, que
sus preguntas eran teóricamente muy pobres ¿Señalaba que hubo una inflexión
antiizquierdista en su pensamiento? Obviamente, en el próximo y último libro
que escribiré sobre él –dedicado a su lectura de la democracia ateniense-
saltará a la vista. ¿Eso lo convierte en un traidor a la izquierda? En
absoluto: era normal sabiéndose lo que en la segunda mitad de la década de 1970
se supo sobre el socialismo real. Me parece que si Foucault hubiera conocido el
neoliberalismo desarrollado, se hubiese enfrentado a él,
Mi crítica más clara a ese Foucault –el de los
cursos sobre neoliberalismo- se encuentra en el capítulo II de La cara oscura
del capital erótico, donde pongo su aportación en la perspectiva de las
nociones de capital de Marx y de Bourdieu, porque la teoría neoliberal del
capital humano puede ser contrarrestada por una visión enriquecida de la idea
de capital variable, esto es, de las cualidades que debe asumir una persona
para ser considerada vendedora de su fuerza de trabajo. La visión de Bourdieu
sobre el capital -con la que Foucault discute (véase Foucault y la política,
pp. 100-102)- puede leerse como un medio de enriquecer las intuiciones de Marx.
En segundo lugar, ¿qué influencias positivas o negativas ha tenido, no ya
la biopolítica o los dispositivos del poder, esta pareja en los movimientos de
izquierda, transformadores o anticapitalistas, según el término que prefiramos?
Han contribuido, sobre todo, a
revalorizar el capital filosófico necesario para entrar en el campo político:
sin un poquito de Foucault, Negri & cia, uno no alcanza a descifrar
bastante de lo que se dice, y cabría investigar qué es lo que efectivamente se
comprende. Una persona que, como yo, quiere destruir las barreras arbitrarias
de entrada en el campo político, solo puede contemplar con preocupación tal
inflación teoricista. Pero la cosa puede empeorar: Podemos nos ha traído a
Laclau y con él a Lacan, y eso es aún más duro de digerir y de articular
discursivamente. Solo una sociología de la recepción de lo erudito podría
desvelar qué es lo que efectivamente se hace cuando se habla de biopolítica o
de significante flotante mientras supuestamente se hace política. Dejémoslo
aquí.
Sinceramente, para hablar de
política, prefiero que la gente lea a Aristóteles, que es más claro y toca
mejor los problemas fundamentales.
Entrando ya en su último libro, de hecho, empezamos por el subtítulo: Un
estudio sobre capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios.
Generalmente, se habla, de manera más o menos elaborada, de la conversión del
cuerpo en mercancía (particularmente en el funcionamiento del mercado sexual) y
no en capital. ¿Cuáles son las claves de esta diferenciación? ¿Y cuáles son las
diferencias para establecer una política emancipadora?
Hay un mercado corporal en cuanto
podemos discernir: 1) un equivalente generalizado que permite prever
inversiones 2) Ese fetiche no es comprendido como tal, sino que refulgen en él
otros valores. La delgadez, desde finales del XIX, articula significados de
belleza, de salud y de responsabilidad moral. Existen, por otro lado, mercados
locales –o formas de descapitalización más o menos colectivas- con formas
propias de juicio y apropiación de los cuerpos: ¿de dónde surgen tales
criterios alternativos en los cuales, por ejemplo, la gordura no se
estigmatiza? Por razones políticas puede considerarse frívola la inversión de
tiempo en el cuerpo o, en medios de especialistas de la salud, se cuestiona que
los programas de adelgazamiento sean saludables y estén al alcance de cualquier
institución. También hay trabajadores que consideran que sus cualidades nada
tienen que ver con su apariencia esbelta y que esta última es una imposición
arbitraria. Sobre tu pregunta: el mercado sexual no es idéntico a la
capitalización del cuerpo: puedo recurrir a la segunda para mejorar mi posición
en el mercado sexual o no: simplemente son las cualidades implícitas o
explícitas que se me exigen para convertirme en trabajador deseable por los
empleadores: para trabajar en una barra, en una tienda, en un museo o entrar en
ciertos círculos intelectuales y poder ser aceptado.
Una
política emancipadora tiene, por un lado, que exigir que las cualidades
valorizadas por el modelo actual de capitalización del cuerpo sean
recompensadas y desarrollar una política que reconozca los esfuerzos de muchas
trabajadoras a la hora de investigar y trabajar para saber cómo vestirse, con
qué matices y cómo gobernar su morfología. Eso es lo primero de todo: son
trabajos cualificados donde se explota a las trabajadoras como si capitalizar
su cuerpo fuera sencillo. Después puede discutirse si es necesario ese tipo de
cualificación o si representa una imposición arbitraria susceptible de ser
arrinconada. Lo que no tiene nada de emancipatorio es, muy típico cuando se
trata de cosas de mujeres, despreciar el esfuerzo cultural que requiere el
capital erótico.
En Moral corporal escribe sobre
los distintos habitus del cuerpo entre clases sociales y la dialéctica
campo/ciudad, en La cara oscura del
capital erótico dedica todo un capítulo al proceso de unificación del
mercado, ¿qué consecuencias puede tener o ha tenido sobre la construcción de
las clases populares como agente político independiente, si es posible y lo
considera necesario, con un proyecto distinto a las clases dominantes?
La construcción de la clase obrera
como sujeto político se articuló en buena medida alrededor de la jornada de
trabajo, es decir, de los límites en que los cuerpos pueden ser incorporados
por la maquinaria capitalista. El problema del salario se relaciona con cuáles
son las condiciones por las que el trabajador reproduce su cuerpo y sus
cualificaciones. Bien, una camarera necesita mantener una morfología atractiva
cobrando salarios miserables –lo cual obstaculiza su necesaria inversión en
ropa- y con jornadas de trabajo agotadoras. Los camareros y los vendedores son
dos de las categorías más pobladas en la clasificación nacional de ocupaciones
y ambas se encuentran muy feminizadas. Pero la izquierda sigue viviendo en el
mito de una clase obrera que ya no existe, sin cualidades específicas, ausente
de todo juego de distinción. Esa clase obrera no es que no exista ya, es que
nunca existió excepto en la mitología estalinista del obrero sin cualidades. Ni
siquiera existía cuando Engels escribió su diagnóstico sobre la clase obrera
inglesa que tanto impresionó a Marx. Para que le encajara en su lógica
hegeliana –la clase antitesis absoluta de la sociedad burguesa- pasó por alto
la rica vida asociativa que él conocía de primera mano.
Desde otro ángulo, ¿sobrevive de alguna manera una «lucha de clases» en la construcción ideológica y física de la moral
corporal?
Existen modelos de clase que se
presentan como universales. Son modelos de clase porque solo en ciertas
condiciones pueden interiorizarse de manera viable: quien trabaja diez horas
diarias difícilmente puede preocuparse de alimentarse en otro lugar que no sea
un comida rápida y barata; algo idéntico cabe decir sobre la promoción de la
actividad deportiva. En sí, ninguna práctica es intrínsecamente de clase y
puede dar lugar a recepciones muy variadas.
Otra cuestión es si, en la
constitución actual de la fuerza de trabajo, cierta moral corporal no juega un
papel de primer orden. En la medida en que el capital demanda determinadas morfologías,
recompensa determinadas habilidades y no otras, modula el cuerpo de los
trabajadores. Estos, por su parte, pueden utilizar tales recursos –impuestos
por el capital- como instrumento para una vida simbólicamente rica.
En cierto momento de La cara oscura
del capital erótico recoge y compara las teorías de la reproducción de
Bourdieu y la escuela althusseriana que se centran en la función de la escuela
en la reproducción de las clases sociales, ¿cómo influye la escuela en la
generación de un mercado corporal unificado?
Son teorías muy próximas, de hecho
se gestan a la vez en un seminario común. Luego Bourdieu fue muy crítico con la
idea de aparato ideológico de Althusser, a la que veía como una gran maquinaria
funcionalista incapaz de dar cuenta del poder de los agentes. Bourdieu no se
equivocaba pero exageraba el maltrato a Althusser, a quien yo sigo utilizando.
La escuela promueve una cultura generacional común con sesgos de clase que
puede suponer un choque tremendo: las historias que narro de cómo cuerpos de
origen humilde tuvieron que recomponerse al contacto con la cultura de
vanguardia es muy significativa.
Profundizando un poco más en el tema; nos gustaría que nos hablase, dados
los procesos de incorporación de los distintos habitus corporales en las clases
trabajadoras, las tensiones o contradicciones, incluso para adoptar la
terminología de Juan Carlos Rodríguez, la ideología esquemática en las clases
populares de estos hábitus entendidos como prácticas, en el sentido que lo
define Bourdieu, o ideología, en un sentido marxista fuerte.
La idea de que las clases dominadas
reproducen en pobre las prácticas de las clases dominantes: así entiendo la
idea de Juan Carlos Rodríguez cuando hablaba de ideología esquemática. No me
gusta la formulación que es demasiado legitimista: los de abajo son una copia
pálida de los de arriba. La cultura alimentaria de los trabajadores, centro de
integración familiar y de uso del tiempo libre, contiene rasgos distintivos
extremadamente ricos, que funcionaron como recursos con los que crear otros
modelos corporales y otra relación con la alimentación distinta de la de la
elite. Pero, por otro lado, Juan Carlos Rodríguez propuso una teoría de la
encarnación de clase (el alma se refleja en el cuerpo bello) que tiene un valor
enorme porque da en el clavo de cómo se distingue la burguesía. Las
descripciones sobre cómo se interioriza esa ideología entre dominantes y
dominados (así, en La Celestina) son
mucho más interesantes que la fórmula del esquema. El amor de Calixto y el de
Sempronio se juega en espacios sociales que exige lógicas inconmensurables:
ambos hablan un lenguaje común pero las prácticas los dividen. Por otro lado,
Juan Carlos Rodríguez hace una valoración muy inteligente de la extensión de
esa ideología burguesa y no cree que debamos cargárnosla o eliminarla: cree que
debemos quitarle lo que en ella ayuda a la explotación. Juan Carlos Rodríguez,
como buen marxista, aprecia mucho de la burguesía.
De las partes que más nos ha interesado políticamente del libro, es la
tensión corporal entre las trabajadoras, particularmente de las trabajadoras de
la venta de la industria textil, ¿qué relevancia productiva, en sentido muy
lato, y reproductiva, en el sentido de la reproducción de las relaciones
sociales de producción, tiene la imagen de la mujer en ese trabajo en el que
cuerpo es expuesto?
Pues es una pregunta que ha
necesitado muchas páginas para responderse. El valor que el cuerpo de las
trabajadoras introduce a la venta depende de la cultura del oficio que se
imponga; esa cultura, dentro de la historia complejísima del trabajo de
vendedora, puede facturar competencias corporales divergentes y ni tan siquiera
todas las empresas asumen radicalmente la ortodoxia corporal dominante. En
sentido reproductivo, la reproducción de un cuerpo de elite (en su forma, en la
ropa que usa, en los abalorios que integra, en los cuidados que se impone), con
condiciones de trabajo proletarias, sus costes y las capacidades que
proporciona, es uno de los enigmas a los que intenta responde mi libro.
Ya para finalizar, ¿qué prácticas políticas deberíamos adoptar contra
esta capitalización del cuerpo?
Puede haber luchas en tres planos:
luchas en el campo de la salud acerca de lo bien fundado o no de la
estigmatización de la gordura; luchas por revalorizar simbólicamente cuerpos
que transgreden las normas de belleza dominantes –fundamentalmente en las capas
más cultas, que son terriblemente ortodoxas al respecto-. En tercer lugar,
puede haber luchas por el reconocimiento de las cualificaciones corporales de
las trabajadoras o por redefinir qué del cuerpo debe valorizarse en el trabajo.
Contra la capitalización del cuerpo hay que reconstruir una razón erótica,
término acuñado por Antoni Domènech: existe razón erótica en cuanto revisamos
críticamente nuestras preferencias. Y lo hacemos porque creemos que nuestro
mundo puede construirse con otras. Respecto de la ortodoxia corporal dominante,
el precio que se paga a veces es muy alto. Por lo demás, los equivalentes
corporales mayoritarios son fetiches: el cuerpo del goce puede estar en otro
lado. Eso da fuerza a la gente para romper con los patrones dominantes. Como
ves puede pensarse en un programa de trabajo político enormemente complicado de
materializar pero no por ello menos estimulante.
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